Últimamente vivimos saturados de multitud de información sobre alimentación sana, fitness, productos ecológicos… Tantos conceptos nuevos nos hacen desorientarnos sobre qué es realmente lo beneficioso para nuestro cuerpo y lo que nos va a ayudar realmente a estar más sanos.

La cuestión es que, la inmensa mayoría de nosotros, no tenemos unos hábitos tan óptimos y a veces se nos hace cuesta arriba poder seguir el ritmo diario de una alimentación en la que no nos sobrepasemos en algún aspecto.

  1. Comemos con los ojos: Habrás oído esto millones de veces y es cierto. Numerosos estudios demuestran que las personas preferimos aquellas comidas que visualmente son más atractivas. Esto ocurría incluso cuando las personas sabían que la comida menos «atractiva» les gustaba menos. Por eso, es conveniente dedicar un poco más de tiempo a la presentación de todos esos alimentos más saludables pero que nos cuesta más comer.
  2. El gusto por la comida se asocia a situaciones: Piensa en un plato de judías verdes. Ahora piensa en un helado de chocolate. Seguramente, el primer menú te recuerde a tu casa, a una comida no demasiada cuidada ni hecha con esmero, a un ambiente no especialmente festivo. Sin embargo, al pensar en el helado seguro que recuerdas el verano, la época de vacaciones, las buenas sensaciones, los amigos… Esto, inconscientemente cuenta mucho a la hora de decidirnos por un alimento u otro. Por eso, no te desanimes si unas verduras te evocan recuerdos más aburridos. Si sigues cuidándote, dentro de poco, tendrás nuevos y buenos recuerdos respecto a estos alimentos.
  3. Cuando seguimos una dieta nos premiamos con lo que queremos evitar: Bien, pensemos en una dieta (incluso las que nos pone nuestro nutricionista). En muchas de ellas, nos dejan «saltárnosla» los fines de semana si el resto de días lo hemos hecho correctamente. Queremos eliminar – por ejemplo- las frituras, que nos encantan y de las cuales abusamos a menudo. Las eliminamos entre semana y si lo hacemos bien, llega el fin de semana y se nos premia pudiendo comerlas. No podemos ser premiados con lo que queremos eliminar. ¿No sería mejor una dieta más equilibrada en la que no haya premios ni castigos y que de vez en cuando nos permita comer esas cosas sin que necesariamente se perciban como un premio?
  4. No sabemos cuándo estamos saciados: Al menos, no inmediatamente. La conexión cerebro-estómago no es instantánea. De allí, el hecho de que todos los expertos recomienden comer despacio. De esta manera se evita la ansiedad, se mastica más la comida, facilitando trabajo al estómago, pero también se da tiempo al cerebro a recibir la señal de saciedad. Seguro que te suena eso de comer y comer y de repente encontrarte fatal del estómago con una sensación de malestar terrible. Esto se debe a lo comentado; llevas un tiempo saciado, pero no has parado de comer porque a tu cerebro todavía no le había llegado la señal de hacerlo.
  5. El hambre emocional: Las emociones determinan en gran medida lo que comemos. Está comprobado que, en situaciones de estrés, de mal humor, de negatividad… las personas preferimos alimentos «menos sanos» y con mayor contenido de grasas. Además, muchas personas, alivian – o al menos, lo intentan- su ansiedad dándose atracones de comida. Por eso, es mejor relajarnos y pensar detenidamente si lo que tenemos es hambre o ansiedad.